A veces las cosas no salen como uno quiere. Y no necesariamente lo tradicional es lo mejor.
Allí estaba ella, sentada en aquella tabla verde aguamarina, esperando la serie. No eran las mejores olas del mundo, pero eran para ella, una chica de secano, como su novio le recordaba con una sonrisa pícara dibujada.
La piel de gallina, erizada por esa suave brisa de Levante de finales de verano, porque el Levante en el Mediterráneo es como el Poniente gaditano, fresco, irreverente y con cierto aire macarra. Justo lo que ella necesitaba en ese momento.
Miraba a izquierda y derecha, oteando el horizonte en busca de la ondulación perfecta.
Dos años atrás, enfrascada entre libros y apuntes, si le hubieran dicho que iba a ser surfista, se hubiera reído con chispa socarrona. Hoy, a trece mil kilómetros de casa, perdida en la inmensidad del mar azul, con su tabla verde y un neopreno Billabong, disfruta de cada hueco libre para volver al agua.
Es feliz con lo que hace, afortunada como pocos, feliz como nadie.
Hoy, a mil suspiros de casa, disfruta con su nueva vida.
Se lo merece.
Dedicado a mi surfera favorita. Enhorabuena.
Por Trajano López.